San Luis Beltán

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Seminario Santo Tomás de Aquino

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Ubicación Centro Misional

Monseñor Miguel Ángel Builes

Monseñor Miguel Ángel Builes
Obispo Misionero de Colombia

domingo, 12 de septiembre de 2010

El discípulo-misionero, labriego de la fraternidad


 “Reconocemos una profunda vocación a la unidad en el “corazón” de cada hombre, por tener todos el mismo origen y Padre, y por llevar en sí la imagen y semejanza del mismo Dios en su comunión trinitaria” (Aparecida 523). Con estas palabras de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, se pude hacer un llamado a todos los hombres, no sólo de América Latina, sino también del mundo entero, a buscar  la fraternidad, haciendo hincapié en las similitudes, en lo que nos puede hacer uno y dejando de lado las rencillas por pequeñeces que poco bien hacen a la humanidad.

“El hombre moderno no ha logrado construir una fraternidad universal sobre la tierra, porque busca una fraternidad sin centro ni origen común. Ha olvidado que la única forma de ser hermanos es reconocer la procedencia de un mismo Padre” (Puebla 241). Es imposible construir la fraternidad en una sociedad donde uno de sus problemas fundamentales es la indiferencia, donde la realidad del hermano que sufre no toca cada corazón, no permea las conciencias, donde no se encuentra a Dios en el rostro del hermano necesitado de consuelo (Mt 25,31-45). A diario el hombre olvida que dentro de cada persona habita la inefable Trinidad.

El llamado a la unidad, trae además, un compromiso misionero, exige el anuncio de Aquél de quien todo procede, de la causa causarum o causa primera de la existencia de todo cuanto existe, pues todo tiene un mismo origen, Dios.

Para testimoniar la unidad el misionero se adhiere en un proceso a su Maestro y con el júbilo que experimenta por conocerle, anuncia con ahínco la Verdad, el kerigma de la fe, el testimonio de la Trinidad, ejemplo por excelencia de comunión, de fraternidad (Cf. Jn 17,21). Luego de unirse a Cristo, el discípulo debe anunciar con sus palabras, e incluso con su vida, el gozo que ha encontrado en Jesús y la alegría de su Misterio Pascual, comunicando así a sus hermanos el fundamento de la fe cristiana, participando a ellos la alegría de la redención por el Verbo encarnado.

Con el gozo de saber de la salvación por Cristo, luego del primer anuncio, la comunidad se introduce en un proceso de configuración con Dios Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, camino que ha sido llamado por los obispos en Aparecida el discipulado, en el cual, la persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina (Aparecida 278 literal c). Ante un mundo que exige razones, el discipulado se convierte en el momento oportuno para responder a todos los desafíos, y en la etapa para dar respuesta a los interrogantes más profundos; este momento se extiende en el tiempo por toda la vida terrena, pues el mundo contemporáneo exige una formación permanente, motivo por el cual, el discípulo-misionero se actualiza a diario, trata de acercarse cada día al conocimiento más profundo y certero del Maestro.

Después de una formación y de un encuentro con Jesucristo, de haber vivido un pentecostés en la propia vida, el discípulo-misionero se halla en condición de irradiar a sus hermanos la Buena Nueva de la salvación, de llevar el nombre de Cristo y ser su testigo hasta los confines de la tierra (Cf. Hch 1,8), haciendo discípulos a todas las gentes, enseñándoles a guardar todo lo que Jesús ha mandado (Mt 28,19-20).

Con el anuncio, se da inicio a la formación de la “nueva” comunidad, la sociedad de la Iglesia, donde en torno a Jesús, los hombres se encuentran y viven el amor de Cristo en la vida fraterna solidaria (Aparecida 278 literal d), se consolida el Pueblo de Dios y se hace presente su Reino. Alrededor de Jesucristo, se edifica la fraternidad universal, se vivifica la unidad desde la diversidad que el Espíritu ha regalado a cada uno (1ª Cor 12,4-6), se concretiza en la Iglesia el mandamiento del amor (Jn 15,12). Pero todo esto necesita de un nuevo san Pablo, san Francisco Javier, o de un Mons. Miguel Ángel Builes, para que la obra del Reino se concretica. En cada Parroquia toda persona tiene que entrar en sintonía con la Misión Continental y con el Plan Diocesano de Renovación y Evangelización, y convertirse en un discípulo-misionero, hacer parte de los obreros de la mies que están dispuestos a asumir el proceso del discipulado para hacer que los pueblos en Él, en Cristo, tengan vida y sean uno.

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